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RefleCine

29.7.05

...

Así los dos nos fuimos caminando hacia las cajas juntitos y con el melón en el medio tomado por mi mano izquierda y su mano derecha. Era una imagen surrealista o, mejor dicho, melonista.

Como autos chocadores, enfrentamos la cola sin soltar el fruto elipsoidal. ¿Quién lo pagaría? Si ella lo hace, podría quedarse con el producto, escapar y saborear en soledad de esa carne abundante, dulce, blanda que se deshace en la boca. Entonces clavé las uñas pero ella las tenía más largas.
- ¡Pago yo! - señaló, seguro que pensaba escaparse.
Tiré. Tiró. Tiré. Tiró. Tiramos... tiramos el melón y se deshizo aguanoso con un sonido seco. Su cáscara amarilla y verde se estrelló y sus semillas se dispersaron entre los changuitos.

Y ahí estábamos los dos lamiendo el piso, comiendo las sobras de un melón aun impago. Dejamos el piso brillante y el último pedazo se vislumbraba alejado de nuestra ubicación. Hubo miradas y nos lanzamos a la carga por ese botín. Ella llegó primero pero le pegué en la cabeza con la escoba que pude tomar de mi changuito. El golpe la dejó pelada. Asombrosamente, tenía una peluca de lo más bien hecha. Sorpresa y aplausos de la gente que se encontraba alrededor, se escucharon.

Pero fue mirarla, ahí tendida con su cuerpo terso, su cabeza pelada como un melón, lisa, pálida y limpia. Su mirada húmeda y sus bocas con sabor a melón. Entonces, mientras la ayudaba a recomponerse, la besé. Se puso su peluca, le acomodé unas mechas detrás de la oreja y nos fuimos sin llevar nada. Alguien preguntó si estábamos bien y, después de acomodar el peluquín con mi gel siempre bien aplicado, le contesté que si, "mejor que nunca". (CB & VB)


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