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RefleCine

8.9.05

Alfonsina y el muro

Como una red de bichitos de luz, las lamparitas de mi ventana laten. Su ritmo me adormece y me atrapa en la telaraña de un sueño rojo. ¿Cuánto alcohol hay que tomar para que las luces se muevan así, para perder el foco? Ya lo sé. También, cuánto hacía falta para que todo se perdiera en un sueño húmedo y festivo. ¿Cuánto de esta pipa tengo que fumar para quedar totalmente inconsciente?

En ese estado narcotizante, no podía más que pensar en la caída del muro de Berlín, en la ciudad dividida y cómo afectaba directamente a mi sueño rojo. La frontera dividía el cuerpo y, como una cicatriz de púas las heridas, no paraban de sangrar. Claro, que, en los sueños, todo parece tener una lógica absurda, esta vez no.

Ahí está Alfonsina, espera que la rescate del otro lado del muro después de tantos años de soledad. Siempre quiso estar al Este pero no se animó a tiempo y después ya era tarde. Sólo narcotizada podía soportar semejante derrumbe, multitudes deambulan de oriente a occidente. Se reencuentran, se abrazan y se emborrachan como en una gran fiesta. Y ahí están todas luces danzando sobre mi cabeza.

Mientras la tele no para de pasar imágenes de la caída, mi cuerpo se fractura y se rompen los límites. Debajo de mi piel, como un sello de fuego, las secuelas de una vida de imposibilidades. A muchos, le parece una fiesta, a mi no.

Las escarchas en la noche queman. Pero vale la pena. Desorientada, camino buscándola. Siento que pierdo la conexión, la confianza y la fe. Entonces, la experiencia, la borrachera rompe la organización secuencial. La sensación se torna insoportable.

Sin embargo, hay algo propicio que espera ser curado. Camino por las calles escarchadas patinando entre locos y tuertos. Ahí está, mi imagen distorsionada de Alfonsina que niega el dolor del otro. Mi habilidad de meterme debajo de la piel de los demás se convierte en mi karma. Alfonsina, como si fuera una cáscara vacía disociada de algunas partes del cuerpo, avanza. Yo, como si fuera una cáscara llena de narcóticos, avanzo hacia ella.

En medio de toda esa fiesta, las luces rompen la piel, se destroza el individuo y surge una terrible sensación de felicidad. Ya nada puede hacerse, es inevitable. La fatalidad se derrumba ante nuestros ojos pero estamos juntas. Reconozco a mis alumnos y a los hijos del librero en la fiesta esperando algo nuevo.

¿Cuánto hay que tomar para despertarme de esta pesadilla? Mi sueño rojo se lleno sólo de luces rojas. Se desplegó el gran cartel de coca cola donde estaba el viejo almacén. Atravieso los campos con Alfonsina. ¿Qué hace una Alfonsina en el Este? A pesar de todo quiero mostrarle lo que queda de mi cuerpo, de mi país. Me tambaleo, tiemblo mientras le cuento lo grande que fui, lo feliz que fui.

Sería más fácil imaginarme su cara estrellada, sus bolsillos siempre llenos de caramelos. Sería más fácil pensarla con un cuerpo entero. Sería más fácil pensarme sin fisuras, sin gigantescas estrías que atraviesen mi piel. Los dos cuerpos cansados como después de una guerra respiran al sol. Un soplo y algo de felicidad.

Le muestro mi jardín de invierno y, bajo el sol, me pierdo en el sueño rojo. Yo sé que no hay más Oriente y Occidente. ¿Pero ahora por dónde va a salir el sol? Estamos juntas y con lo que quedó de nosotras todavía se puede hacer mucho. Juntas, en el jardín de invierno, soñamos un sueño nuevo. (VB)


Foto realizada por Natalia Rubinstein.


 
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