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RefleCine

22.9.05

Dios me ayude con el título

La agonía del Santo Padre se extendió durante semanas. Los fieles agolpados en la plaza San Pedro permanecieron inmóviles esperando cualquier noticia proveniente de la segunda ventana del edificio principal, la única iluminada. Las cámaras, que estaban dentro del cuarto, registraban todo lo que sucedía y lo transmitían a millones de televidentes en todo el mundo, que serían los primeros en presenciar la muerte del pontífice.

Las paredes del cuarto estaban por completo empapeladas de avisos de los sponsors que habían invertido mucho dinero en este acontecimiento único. En las tandas publicitarias, tanto radiales como televisivas, podía oírse: “Auspician ésta agonía, Sotanas Satanás, Vinos Sangre de Cristo y Nueva Biblia Edición 2005 que contiene los nuevos y temidos pecados informáticos”.

Los médicos habían advertido a la audiencia que no había ninguna esperanza que el Papa se repusiera. Sólo un milagro podría salvarlo. Poco antes de morir, el hombre en su agonía, habló. Sus últimas palabras fueron: “No creo en Dios. Dios no existe. Adiós”.

La multitud en la plaza y los millones de televidentes quedaron atónitos y perplejos. El mismísimo Papa que había conducido la iglesia por tantos años se había declarado ateo. Los cardenales, rápidos de reflejos, dijeron que el viejo no sabía lo que decía, que era un hombre enfermo, que estaba confundido en sus últimos momentos. Las mismas palabras que se utilizan para cualquiera que rechace el dogma.

Vaya situación para la institución religiosa, encontrarse con la muerte de su líder y, al mismo tiempo, una amenaza seria de bancarrota de su negocio millonario. Así que cortaron la transmisión dejando desamparados a miles que, sin Dios y sin televisión, buscaron desesperada y rápidamente algo en que creer. (CB)


 
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