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RefleCine

20.9.05

Puente

Varias personas se habían agolpado en la entrada al puente. Los que pasaban por el lugar, al ver el amontonamiento, y víctimas de la curiosidad, se acercaron para acrecentar la multitud. De pronto, algunos se dispusieron a cruzar hacia la otra orilla. Se pusieron en fila porque, algunos que habían llegado primero, hicieron valer su prioridad de paso. El puente, de unos trescientos metros, unía las tierras separadas por el río, era de madera y tenía barandas de soga a ambos lados. No era muy ancho y soportaba una capacidad limitada de peso sobre él al mismo tiempo. Igualmente, los ingenieros (siempre hay alguno cerca) ya habían calculado los posibles y peores escenarios que podrían presentarse, pero estaban seguros que el cruce sería un éxito. La columna se enfiló y comenzó el largo trecho de cruzarlo.

Todo parecía salir según los cálculos, pero cuando habían avanzado poco más de cien metros, los del frente detuvieron su paso ante lo que habían visto más adelante. Miraron para atrás, para tener una idea de la magnitud de la muchedumbre, que por cierto, estaba compuesta por miles en ese momento. Como no podían avanzar, gritaron para que se detuvieran los que venían detrás. Ya era demasiado tarde, la gente no se detendría ante nada.

Una suerte de avalancha aconteció y algunos pasaron por encima de otros. Los primeros, que bloqueaban el paso, gritaban:
– ¡Pero es una locura! ¡Que se detengan éstos incivilizados!

Los de atrás, apelaron al lema más conocido del show business, “¡El show debe continuar!”, y seguían su marcha como enceguecidos, sin reparar que los que tenían al costado caían, a raíz de la presión sobre la baranda, como lluvia hacia el río. Los del medio invocaban a la fe para seguir, “¡Hay algo más allá, todo responde a un orden superior, del otro lado del río está el paraíso!”, y continuaban su marcha. El caos era cada vez mayor.

Algunos más escépticos decían, “El puente no existe; si existiese no podría ser conocido; y si pudiera conocerse, no podría ser comunicado”, y arengaban a la masa para que no mirara para abajo ni para el costado y siguieran adelante. Incluso alguien lanzó una piedra hacia el frente y la misma volvió para golpear al lanzador en el mismo instante en que ésta debería haber llegado a destino. Las barandas cedían y todo se tambaleaba horriblemente.

Otros, más racionales, viendo el peligro que se presentaba, clamaban, “¡El puente, luego existo!”, sabiendo que, sin éste, ya nada tenía sentido. Mientras, usaban métodos de medición muy precisos para pronosticar cuanto le quedaba de vida a ese paso.

Muchos diferían en los motivos, pero la mayoría consideraba como normal, correcto y aceptable cruzar el puente. Era lo que habían aprendido y no lo cuestionaban.

Los del frente, alarmados, increparon a los demás, “¡Los que se caen son idiotas! ¿No saben que éste lugar ya está ocupado? ¡Este puente lo construyeron nuestros antepasados! ¡Lo están destruyendo! ¡Bárbaros!”, y se callaron. La obstrucción era de proporciones titánicas, y lo que impedía el paso, que estaba un poco más adelante, era ahora notorio para toda la multitud.


En sentido contrario venía la misma muchedumbre. Cual espejo, se comportaba exactamente igual y gritaba idénticas proclamas. El obstáculo, en realidad, era verse observados por sus otros yo. Hubo un momento de silencio en donde cada uno intentaba reconocer su otra parte del otro lado del puente. Sólo al verse comprendieron lo que estaban generando. La mitad empezó a reírse, la otra mitad se asustó y la otra mitad sencillamente no hizo nada. El puente comenzó a resquebrajarse por el medio aunque les dio tiempo para que, en forma ordenada, cada uno volviera hacia su orilla sano y salvo. El puente cayó finalmente y arrastró consigo la historia de ese paso. Cada uno de su lado, nunca más se vieron las caras, pero siempre llevaron consigo, desde ese día, la imagen inequívoca de que su ser no terminaba en ellos mismos. (CB)

1 Comments:

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    By Anonymous Anónimo, at 20/9/05 12:05  

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