Cerrado por vacaciones
Estaba leyendo Rayuela de Cortázar. Me detuve al comienzo del capítulo 17. Allí, Gregorovious se jacta ante la Maga de saber lo que le pasa a Oliveira. A continuación cito a don Julio:
- Usted ha repetido varias veces la palabra “cosa” – dijo Gregorovious-. No es elegante pero en cambio muestra muy bien lo que le pasa a Horacio. Una víctima de la cosidad, es evidente.
- ¿Qué es la cosidad? – dijo la Maga.
- La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo. Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo.
Exactamente es eso. El mundo y sus vaivenes impredecibles, imponderables. Raramente controlamos la situación, que se va de las manos como gelatina. Todos estos días, estas cosas, ¿de donde vienen? Ni destino ni libre albedrío. Acá hay otra cosa, ¡dejémonos de joder! Desearía haber nacido diez minutos antes o después. La circunstancia de haber nacido en el momento en que nací me condiciona para siempre.
Si hubiera sido diferente: no me detendría siempre el semáforo en rojo; no encontraría a otros peatones que vienen en sentido contrario en el preciso lugar donde la acera se angosta misteriosamente por algún obstáculo y debe pasar uno u otro; no iría justamente detrás de la persona que en su andar se detiene imprevistamente debiendo yo hacer una maniobra elusiva para no atropellarlo; no vería la triste colilla de cigarrillo abandonada rodar aun encendida por el pavimento; no le prestaría atención a aquellas luces rojas y verdes poco valoradas que son las que se encuentran al costado de los garajes; no me preocuparía por perder la silla que acabo de abandonar porque habría otra silla disponible; evitaría el dolor de la mirada de ella perdida en las innumerables seducciones ajenas a mí; y tantos otros etcéteras.
¿Qué me garantiza que sería diferente? Nada, quizá. Es como ves el mundo lo que te condiciona. Pero la paradoja se pone jodida: ¿nos salen mal las cosas porqué vemos el mundo así o vemos el mundo así porqué nos salen mal las cosas? Ninguna respuesta, por ahora.
Lo trágico de todo esto se formula en preguntas: ¿Como vivir en un mundo en donde lo ya establecido no se puede cambiar? ¿Como contentarse con no obtener lo que se desea, contemplando lo ya decidido y no pudiendo hacer nada para modificarlo? ¿Cómo observar lo inevitable, escurriéndose el tiempo desesperadamente, no pudiendo volver atrás para cambiarlo cuando era posible, adoptando una pasividad resignada a la nada?
Dicen que dicen que cambia, todo cambia. No se si es tan así. Hay cosas que parecen irrompibles y si se rompen existe “la gotita”.
Y todo nos lleva a la muerte. Me preguntaba si ella medirá el tiempo en años, meses, días, horas, como nosotros. O tal vez su unidad de medida sea evitarle a uno las circunstancias, evitarle a uno el dolor de sentir que lo que ya es no será de otra manera. (CB)
- Usted ha repetido varias veces la palabra “cosa” – dijo Gregorovious-. No es elegante pero en cambio muestra muy bien lo que le pasa a Horacio. Una víctima de la cosidad, es evidente.
- ¿Qué es la cosidad? – dijo la Maga.
- La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo. Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo.
Exactamente es eso. El mundo y sus vaivenes impredecibles, imponderables. Raramente controlamos la situación, que se va de las manos como gelatina. Todos estos días, estas cosas, ¿de donde vienen? Ni destino ni libre albedrío. Acá hay otra cosa, ¡dejémonos de joder! Desearía haber nacido diez minutos antes o después. La circunstancia de haber nacido en el momento en que nací me condiciona para siempre.
Si hubiera sido diferente: no me detendría siempre el semáforo en rojo; no encontraría a otros peatones que vienen en sentido contrario en el preciso lugar donde la acera se angosta misteriosamente por algún obstáculo y debe pasar uno u otro; no iría justamente detrás de la persona que en su andar se detiene imprevistamente debiendo yo hacer una maniobra elusiva para no atropellarlo; no vería la triste colilla de cigarrillo abandonada rodar aun encendida por el pavimento; no le prestaría atención a aquellas luces rojas y verdes poco valoradas que son las que se encuentran al costado de los garajes; no me preocuparía por perder la silla que acabo de abandonar porque habría otra silla disponible; evitaría el dolor de la mirada de ella perdida en las innumerables seducciones ajenas a mí; y tantos otros etcéteras.
¿Qué me garantiza que sería diferente? Nada, quizá. Es como ves el mundo lo que te condiciona. Pero la paradoja se pone jodida: ¿nos salen mal las cosas porqué vemos el mundo así o vemos el mundo así porqué nos salen mal las cosas? Ninguna respuesta, por ahora.
Lo trágico de todo esto se formula en preguntas: ¿Como vivir en un mundo en donde lo ya establecido no se puede cambiar? ¿Como contentarse con no obtener lo que se desea, contemplando lo ya decidido y no pudiendo hacer nada para modificarlo? ¿Cómo observar lo inevitable, escurriéndose el tiempo desesperadamente, no pudiendo volver atrás para cambiarlo cuando era posible, adoptando una pasividad resignada a la nada?
Dicen que dicen que cambia, todo cambia. No se si es tan así. Hay cosas que parecen irrompibles y si se rompen existe “la gotita”.
Y todo nos lleva a la muerte. Me preguntaba si ella medirá el tiempo en años, meses, días, horas, como nosotros. O tal vez su unidad de medida sea evitarle a uno las circunstancias, evitarle a uno el dolor de sentir que lo que ya es no será de otra manera. (CB)
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