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RefleCine

29.1.06

Los blancos

Vivir en el pueblo era ser feliz. La gente se reunía en las veredas a la tarde, caminaba por los senderos y esperaba la caída del sol para empezar a comer. No se necesitaba de mucho esfuerzo para satisfacer a los pobladores: una buena charla, un partido de truco o simplemente, vivir simplemente.

Todo un mundo de relaciones y sucesos que se vieron opacados con la llegada, aquella tarde, de varios autos negros. De cada uno de ellos descendieron 4 hombres completamente vestidos de blanco, en lo que se refiere a traje, corbata y sombrero. Lo primero que hicieron fue convocar a una asamblea en la plaza central.

Puntualmente, a la hora de la caída del sol (olvidándose de verlo ocultarse), los curiosos habitantes dijeron presente en la plaza. Tras un atril, uno de los hombres de blanco, el único que llevaba unos anteojos negros, fue el que habló.

- “¿Todos ustedes son felices, no?, preguntó ante un atronador “sí, señor”. “Bueno, en verdad, no lo son. Ustedes no saben lo que es la felicidad. No lo saben porqué nunca la sintieron. Puedo decirles que su visión de mundo es respetable pero obsoleta, y no es la nuestra. Estamos aquí para generalizar una nueva visión de mundo. Voy a ser con ustedes lo más directo posible: queremos crear conciencia, un imaginario y un sentido colectivo nuevos para construir un mundo diferente. Y empezaremos por ésta villa”, reveló ante una muchedumbre que se acrecentaba y oía atentamente. “Sabemos, porque algunos de ustedes nos lo comentaron, que algunas de las casas que están allá en el fondo están desocupadas. Queremos montar nuestra base de operaciones ahí, claro, si están de acuerdo. En unos días les comentaremos más detalles de nuestro proyecto. Ahora pueden dispersarse”, y los blancos, como se los empezaba a denominar, se subieron a sus autos y desaparecieron.

Más tarde, ese mismo mes, los planes fueron develados y los pobladores, primero escépticos pero paulatinamente muy interesados, compraron la idea como si la felicidad se pudiera medir con tiempos o palabras. Los blancos nunca más dieron la cara, se esfumaron como si fueran dioses o magos. Y el sol no salió más.

Ahora, yo les hablo desde aquí, detrás de este mostrador que se ubica en lo que antes era mi cuarto, y espero la felicidad. La felicidad que me vendieron, ahora yo la vendo. Espero que un comprador entre a éste complejo, emplazado sobre lo que era mi pueblo, y se congracie con los productos. Enfrente, los demás pobladores con sus sonrisas a cuestas, las que le obligan a tener, también venden ilusiones. Lo confieso, me gustaba ver el sol caer, sólo que estas paredes que pusieron los blancos, son muy blancas y muy gruesas como para siquiera intentarlo. Así que me conformo con esperar que todo vuelva a ser como antes. Que otros hombres, vestidos de cualquier otro color, aparezcan súbitamente y nos devuelvan la infelicidad. (CB)


 
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